Siguiendo órdenes de la Unión Europea, se ha puesto a la venta en Europa el fabuloso Windows XP N, en el que la N significa «No incluye Media Player», para que Microsoft no abuse de su «cuasimonopolio». Por favor, no me insulten por reproducir el palabro, que es invención de otros. La idea es que aquellos consumidores que no quieran un el sistema operativo que incluya el reproductor multimedia, puedan comprar por el mismo precio una versión que carezca de él. Por supuesto, al mismo precio, ya que al fin y al cabo Media Player puede descargarse de forma gratuita por Internet, al igual que sus principales competidores RealPlayer y Quicktime. El caso es que desde que esta fabulosa nueva versión invadió los estantes de las tiendas, ha sido comprado masivamente. Por alguien. Bueno, quizá tres o cuatro. Es posible que alguno por equivocación, ya que el nombre no parece diferenciarse mucho. Es evidente que los consumidores exigían que esta nueva versión les liberara de la gruesa cadena que supone tener instalado Media Player en sus ordenadores y, por eso, era necesario que los líderes europeos se lanzaran en su defensa.
Una reciente nota del Instituto Molinari pone de relieve que la primera gran ley antimonopolio de Estados Unidos, la Sherman Act, promulgada a finales del siglo XIX, pese a emplear la demagogia de la defensa del consumidor se creó con el objetivo de defender a competidores ineficientes frente a las empresas que mejor y más barato servían a los consumidores. Un paralelo similar puede establecerse con las denuncias contra Microsoft a ambos lados del Atlántico. Netscape, Real, Apple y otras empresas podrán protestar todo lo que quieran, pero lo cierto es que los productos de Microsoft tienen éxito porque son buenos y sirven mejor a los consumidores que los suyos. Todo el mundo ignoró al Internet Explorer pese a ir incluido en Windows porque era malo. Sin embargo, cuando alcanzó la versión 4, la historia cambió porque superaba al navegador de Netscape. Hay otros productos de la compañía de Redmond que no logran superar a sus competidores, como Microsoft Money o MSN, que tras una dura pugna ha logrado situarse detrás de Google y Yahoo. En esos casos, claro, nadie les demanda por abuso de cuasiâ?¦ eso.
Pero las empresas que se ven superadas por un competidor lo suficientemente grande como para poner ese tamaño como excusa de su mal desempeño, no dudan en acudir a Papá Estado para que les defienda del chico grandullón. Le sucedió a la Standard Oil en la época de Sherman y le sucede hoy a Microsoft. Y como ninguna causa es suficientemente absurda como para no servir de excusa a una nueva ampliación de sus poderes, los políticos acuden raudos a defenderles. Los consumidores no somos más que una excusa, entonces y ahora.
El mercado de la informática mejorará cuando a Microsoft se le plante cara en el mercado. La eterna promesa de Linux quizá lo consiga o, más probablemente, será Apple bajo plataforma Intel quien por fin pueda poner en un brete a Windows. Si lo consigue, pronto pasará de ser una marca con buena imagen a parecer un ogro insufrible. Porque ya lo es, pero no se nota. Por ejemplo, hace un par de semanas falleció el propietario de una tienda llamada Hipermac que tuvo que tomar la decisión de dejar de vender Apple porque esta compañía ha decidido estrangular a los distribuidores independientes en favor de su propia Apple Store. La tienda lleva una semana cerrada y los clientes que les han comprado productos y no los han recibido temen hallarse ante un nuevo caso Opening. Si Microsoft estuviera en este ajo ya se le habría culpado por todo y estaríamos ante un nuevo ejemplo de los abusos del monopolista contra empresarios honrados. Pero como es Apple, es solamente una desgracia que no aparece en los papeles.
Está claro que las grandes empresas caen mal, no porque sean especialmente pérfidas sino porque son más gordas. Pero eso no significa que haya que fastidiar a sus consumidores para sentirnos mejor. En vista, además, del éxito, sería mejor que la Unión Europea desviase su mirada a auténticos casos de monopolio, aquellos que disfrutan de su posición por prebendas legales que impiden la competencia como, no sé, las licencias radiofónicas y televisivas.