Tango – Puppy Castello, de la milonga al Teatro Colón

Es uno de los bailarines más celebrados de las salones porteños. Pasó de las pistas alTeatro Colón.Y de allí a milonguear en el hospital donde se trata por Parkinson.

A Puppy Castello nunca lo amedrentaron las adversidades ni lo detuvo un problema de salud. Para él siempre sigue el baile, aunque le toque bailar con la más fea; sigue jactándose, impenitente, de ser un compendio de los peores hábitos del noctámbulo en su medio natural, que es la milonga.

Hace tres años lo operaron del riñón, salió del hospital y se apareció en la pista del salón Canning vanagloriándose de no haber esperado, siquiera, a que le quitaran la sonda.

Ahora que le diagnosticaron Parkinson (todo empezó hace dos años, cuando notó que se le dormía la mano y que tenía dificultad para mover una pierna), lejos de retraerse parece empeñado en meter en el baile a todos los pacientes del Hospital de Clínicas, donde está en tratamiento. El 29 de abril (Día Mundial de la Enfermedad de Parkinson) transformó la desangelada aula Posadas del hospital en una improvisada milonga, y una semana más tarde acometió la tarea de enseñar los movimientos básicos del tango a otros pacientes. En los pasillos empiezan a conocer a Puppy, eximio bailarín y bufón feroz de los salones porteños, que después de más de cincuenta años de pista llegó a los escenarios del Teatro Colón y del Palais Chaillot de París.

«Hay varios tipos de Parkinson, el mío es un Parkinson perezoso: cuando yo entro a la milonga, entro rengueando, no puedo mover bien la pierna ni el brazo izquierdo. Pero resulta que cuando bailo, se me pasa todo. Parece que cuando escuchás la música se reproducen no sé qué células. Ahora tiemblo apenas, porque estoy medicamentado», dice Castello llegando de la cocina al living con la bandeja del mate, dispuesto a comenzar por el principio de su historia.

Histriónico, narra con picardía, reservándose siempre un as en la manga con la habilidad de un tahur. «Tengo 69 años. Cuando tenía 13, el berretín mío era ser boxeador. Hice dos peleas: en una me tiré y en otra me esguincé y cobré como loco. Mi manager era el hermano de mi papá, que era muy buen maestro. Mi viejo, que no era boxeador pero tenía lo que le sobra a los hombres, lo agarró a mi tío y le dijo: ´Si lo hacés pelear de vuelta, te mato ´. Se acabó el boxeo. Cuando cumplí quince años (antes te los festejaban, te ponían los largos, te daban las llaves) le dije: ´Si no puedo boxear, entonces me dedico al baile. Y a escabiar ´. ´Matate solo: ¡asííí me gusta!, no que te maten ´, dijo mi viejo, y me hizo hacer un traje a medida para ir a la milonga.»

En esa época, según Puppy, » no había profesores como ahora, que te roban la plata», y en su barrio de Boulogne aprendían a bailar el tango practicando entre hombres. Su ídolo, entonces, era Juan Carlos Copes. Su salón favorito, el Unión de Boulogne, donde estaba permitido el baile cruzado (con figuras) que el protocolo del Social de Boulogne reprimía. Una noche en el Social, acicateado por sus amigos, pasó la velada rondando a una chica linda que no bailaba con nadie. «Yo me dije: ´voy a triunfar ´, y entré a cabecearla. Pero no me salía a bailar. Al final me salió en el último tango de la noche, La cumparsita.» Aquella chica es su esposa desde hace 47 años. «Tengo cuatro hijos. Pero dos los tengo con mi señora y dos con otra señora.»

¿Son hijos de un matrimonio anterior?

No.

No me va a decir que es bígamo.

Fui, más o menos.

¿Y su esposa lo toleraba?

¿Y cómo no me va a perdonar? ¡Un hombre tan bueno como yo! El domingo estuvimos comiendo un asado todos juntos.

Claudio, Patricia, Claudio Patricio y Sabrina, los hijos; Marcela y Julio (la nuera y el yerno); Pipi, El Tigre y Porra, los nietos: el clan Castello se completa con el tardo perro familiar, Malevo.

Castello vive en Burzaco, a veinticinco minutos de tren más seis kilómetros en colectivo de cualquiera de las milongas porteñas que lo cuentan entre sus habitués. Su fama como bailarín y maestro trascendió las fronteras. Viajó a Chile, Alemania, Francia, Noruega para dar clases y exhibiciones, y entre sus alumnos en Buenos Aires siempre hay extranjeros en buen número. Pero Puppy sigue viajando en colectivo. «El problema es que yo tengo desde pequeño una debilidad por el juego. Soy un bardo-neón. Me juego todo. Del barco ése que está en Puerto Madero, en cualquier momento me nombran capitán.»

¿A qué juega?

Menos ruleta, a todo. Punto y Banca, Black Jack, me enloquece el Pase Inglés. Igual, con la plata siempre se quedan los dueños, los gallegos esos.

¿Los conoce, a los dueños?

No, qué los voy a conocer. Si los conociera ya los hubiera mangado.

¿Caballos?

¡ ¿Caballos?! Somos como hermanos. Yo festejo el Día del Animal. Palermo, San Isidro, La Plata, Rosario… a veces voy también a Córdoba o Tucumán. Lo que sea vicio me gusta todo.

Empleado telefónico desde los 18, Puppy abandonó su puesto en Entel después de largos años. «Estaba en Mesa de Pruebas. Tuve que salir porque le pegué a un jefe. Me puso Presente como veinticinco días que yo falté, hasta que me dijo: ´No te puedo aguantar más ´».

¿Y usted le pegó?

¿Y pa ´ qué estudié boxeo?

Araca París

A fines de los años 80, el éxito internacional del espectáculo Tango Argentino estrenado en 1983 impulsó, junto con otros factores, el resurgimiento del baile popular de tango. El circuito de las milongas porteñas no ha dejado de crecer desde entonces -la devaluación, que abarató el hobby para los turistas extranjeros, fue el aventón más reciente. Desde el comienzo de esta nueva primavera del género, Puppy Castello es un referente para las nuevas generaciones de milongueros, igual que otros veteranos bailarines de pista (de Antonio Todaro a Pepito Avellaneda, pasando por Tete, Gerardo Portalea o El Chino Perico). Detrás de muchos de los más exquisitos bailarines de la nueva camada, está la mano de Castello: Guillermina Quiroga, Geraldine Rojas, Federico Rodríguez Moreno y sobre todo Graciela González, La Negra, su discípula dilecta y partenaire durante mucho tiempo.

«Yo no sé si bailo bien o mal, pero bailo hace un montón de años -dice Castello-. En cambio hay un montón de viejos mentirosos, que no los vi en mi vida, y ahora te cuentan historias como si fueran milongueros de la primera hora. Hay cada salame que no sabe hacer una ´o ´ con un vaso…»

En el ambiente se hizo célebre bailando con Graciela González El cencerro, en la versión de Juan D ´Arienzo. Es una de sus orquestas favoritas, junto con la de Carlos Di Sarli y la de Osvaldo Pugliese. «Con el ritmo de Pugliese podés cazar mejor…», sugiere con malicia.

¿Todavía sigue haciendo conquistas?

Estoy casado. Además, si me tiran los galgos… Dios me dio las ganas pero me quitó las fuerzas.

¿Y de joven, cómo era?

Levante había, pero íbamos sobre todo a bailar. No te fijabas en la linda que te miraba, lo que te importaba era que una mina bailara bien, aunque fuera fulera. Yo tenía mi linda pintita, lindo pibe era, y me empilchaba bien. Ahora estoy medio abandonado, a veces voy a bailar como un ciruja. La otra noche, por ejemplo, caí a Niño Bien con short y en alpargatas.

Del circuito actual, prefiere el Salón Canning: «Como piso, no hay mejor en todo Buenos Aires. Además hay mucho gringo, que es lo que nosotros buscamos para ver si les damos clase». Pero sus rondas nocturnas casi no dejan salón por recorrer. Su medio es el del baile social: al escenario llegó recién en los años 90, después de cerca de medio siglo de andar en las pistas. «El primer espectáculo lo hicimos con Marisa Galindo, una bailarina, y varios milongueros conocidos.»

Con el tiempo, Castello llegaría al prestigioso escenario del Palais Chaillot de París, como parte del elenco de veteranos del espectáculo Danza Maligna, junto con El Flaco Dany, El Nene y Jorge Manganelli. Su escalada no se detuvo. El año pasado, con Silvana Grill como compañera, se dio el gusto de bailar en el Teatro Colón, sin haberlo jamás pisado como público. Justamente él, conocido en la milonga por el latiguillo: » ¡Al Colón…! ¡Al Colón…!», con el que verduguea a los bailarines que buscan hacerse notar en la pista.

¿Alguna vez se había atrevido a soñar con una consagración profesional?

«Naaaa… qué se me iba a ocurrir», contesta Castello, y se le nublan los ojos sanguinolentos. » ¿Encima sabés qué me pasa últimamente? Me emociono como un estúpido. Pero me dijo la doctora que no me preocupe, que parece que es normal.»

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