«Aureliano Tango Club». Con Aureliano Marín (contrabajo, voz y arreglos), Roberto Martínez (piano) y Cristian Borneo (batería). Los viernes de este mes, a las 23, en Pan y Arte, Boedo 878.
En general, un trío de batería, piano y contrabajo sugiere una formación de jazz. Pero aquí nada es lo que parece. Aún así, imaginar algo a partir de lo que se ve y luego escuchar otra cosa no es lo más interesante de este espectáculo. Lo verdaderamente atractivo es cómo se interpreta un repertorio tanguero de clásicos: una buena voz, naturalidad y mucho trabajo.
Eso es lo que hace que valga la pena darse una vuelta, los viernes, por el local de Pan y Arte. Como curiosidad hay que agregar que el protagonista -ese que fue bautizado con un nombre tan fácil de recordar como de olvidar: Aureliano- es un cordobés que pasó por el cuarteto, el jazz y la bossa. Pero jamás olvidó su preferencia por el tango. Sólo fue cuestión de tiempo; hasta encontrar el formato que más lo convencía para expresarse con esta música. Sólo entonces decidió armar su propio proyecto.
Y aquí está, una vez por semana, a la hora de la cena o un rato después. La mayoría de las versiones -en general son tradicionales tangueros como «Tinta roja», «Los cosos de al lao» o «Mano a mano»- tienen detalles de terminación muy marcados por una sonoridad jazzística.
El dato no convierte a la propuesta en algo novedoso. Porque este cantante y contrabajista no fue el primero ni será el último que utilice esta clase de recursos. Aunque nadie podrá dudar de que se trata de un trabajo muy personal, con ideas definidas y mucho camino que todavía queda por recorrer.
Con un leve toque de jazz
Ofrece una voz cálida (principal atractivo de su recital, con fraseos trabajados, pero sin abusar de los lugares comunes), climas jazzy que se logran entre las escobillas de la batería, las armonías del piano y las notas del contrabajo, y buen criterio para no recargar los arreglos.
Afortunadamente, el toque jazzístico aparece como una pincelada, no como parte esencial del formato. El «Tango club» de este músico no pretende un tratamiento de standards para la lista tanguera que selecciona. No hay extensos solos instrumentales. Todo está pensado en función del tango-canción.
Los momentos más destacados de la voz aparecen cuando el cantante se queda sólo con el acompañamiento de una guitarra. Sin embargo, lo más valioso se escucha cuando puede conjugar su garganta con el trío instrumental.
Los valses («Absurdo», «Flor de lino» o «Romance de barrio») se imponen como las versiones de mejor factura. Aunque no se quedan atrás los arreglos preparados para «Maquillaje», «Por la vuelta» o «Niebla del Riachuelo». Hasta se puede escuchar una especie de hard-acid-milonga-jazz que, a modo de despedida, el trío construye sobre los versos de «Los ejes de mi carreta».