Fue en la fiesta con la que el entonces presidente de EE.UU. celebró sus 45 años.
La escena pasó a la historia como un símbolo de una época que estaba por terminar. Desde el escenario del Madison Square Garden de Nueva York, Marilyn Monroe, con voz enronquecida, melosa y sensual, canta un «Happy Birthday, Mr. President» al entonces presidente de Estados Unidos, John Kennedy, que la mira deleitado desde el palco de honor. Fue el 19 de mayo de 1962, diez días antes de que Kennedy cumpliera 45 años y en el esplendor de su breve gestión. Menos de tres meses después, Marilyn estaba muerta, supuestamente por una sobredosis de barbitúricos, y un año y medio después de esa noche, Kennedy yacía en el Parkland Hospital de Dallas con la cabeza destrozada a balazos.
Una casa de remates, Alexander Autographs, acaba de revelar un episodio más de la atormentada historia de amor que vivieron Monroe y Kennedy y que, como sostienen varios autores, entre ellos Donald Wolfe, autor de «Los últimos días de Marilyn Monroe», empezó cuando Kennedy era un joven senador por Massachussets que aspiraba a la presidencia de su país. Esa noche en el Madison, Monroe le regaló a Kennedy un Rolex de oro con una leyenda estampada en su tapa «Jack, con amor como siempre, Marilyn, Mayo 29, 1962». El reloj estaba encerrado en un estuche, también de oro, que en la base llevaba grabado un poema que era una declaración de amor. Estaba titulado «Una súplica cordial en tu cumpleaños» y terminaba «Déjame amarte o déjame morir». Alexander Autographs acaba de rematar ese pedacito de historia en ciento veinte mil dólares.
Lo que no se sabía y se supo ahora es que Kennedy se deshizo del regalo, que comprometía su matrimonio con Jacqueline Bouvier y su presidencia. Lo puso en manos de su amigo y consejero, Kenneth O’Donnell y le dijo que lo hiciera desaparecer. O’Donnell, un descendiente de irlandeses como los Kennedy que solía cuidar las espaldas del presidente, en especial en lo relacionado a su desbocada, imprudente vida sexual (Ver «El dueño…»), desobedeció la orden y se lo quedó. A su muerte, el reloj pasó a mano de sus hijos y de su familia, que terminó por venderlo a coleccionistas anónimos y privados, hasta que llegó a manos de la casa que lo remató.
Si hasta hoy quedaba alguna duda de la relación que unió a Kennedy y a Marilyn, el reloj, su inscripción, el poema y la decisión del presidente de borrar toda huella de ese regalo, la borran.
Y quienes especulan con que la muerte de la actriz no fue un suicidio tendrán desde hoy otro sólido pilar donde apoyar sus teorías: las principales sostienen que Marilyn presionaba a los Kennedy, al presidente y a su hermano Robert, procurador general, con revelar la relación amorosa y algunos secretos de Estado que conocía. Y que ese juego peligroso a la vera incandescente del poder quemó su vida a los 36 años.
Marilyn había vivido una vida en el desamor y en la frustración, de fracaso en fracaso con sus parejas, permanentes u ocasionales, ya fuesen deportistas como Joe Di Maggio, actores como Yves Montand o talentos literarios como Arthur Miller. Los historiadores sostienen que era su firme decisión lograr que Kennedy, el primer, y único, presidente católico de Estados Unidos, se divorciara de su mujer, de la Casa Blanca y del manejo de la mayor potencia mundial, para casarse con ella. Una ilusión. Pero aquel era un mundo de ilusión que terminó hundido en somníferos y balazos.
Es curioso cómo, a veces, los relojes dicen más que la hora exacta.