El enigmático señor José Murillo entró a la Casa de la Moneda en el inusual horario de las 20.45. Con la levita húmeda por la lluvia, y el sombrero de piel mancillado por algunas gotas impertinentes, se presentó ante el presidente de la Institución y le exigió la entrega de dos millones de pesos, suma suficiente para comprar 300.000 hectáreas.
Un mensaje manuscrito, con sellos oficiales y la firma del Brigadier Juan Manuel de Rosas, bastó para convencer a don Bernabé de Escalada, presidente de la Casa de la Moneda. El señor Murillo tardó menos de una hora en retirarse del lugar con la fortuna en sus morrales. Apenas algo más tardaron las autoridades en descubrir la falsificación, detenerlo y hacerlo pagar el engaño con un fusilamiento. Desde aquel 28 de diciembre de 1851, día de la primera gran estafa de la historia argentina, el ingenio y la audacia fueron la marca en cada botín millonario que se robó.
El mayor golpe de la historia, el robo al Tesoro Regional de Rosario, tiene también esa marca. Golpes contra instituciones oficiales, museos y, sobre todo, bancos, son los que redituaron mayores botines a los ladrones.
En la elaboración de este listado de robos, se tomó el dólar como patrón para medir la magnitud de lo robado. Es así como han quedado afuera golpes tan conmocionantes como el del Policlínico Bancario (29 de agosto de 1963), donde si bien se robó una fortuna para la época â??14 millones de pesosâ??, al cambio la suma no significa más que 100.000 dólares.
Más allá de esta excepción, la historia marca que los robos más importantes se practicaron casi siempre bajo esa consigna que Albert Spaggiari pintó en un banco de Niza, luego de sacar 10 millones de dólares de las bóvedas en 1976: «Sin violencia, sin armas, sin odio».
Golpe al Tesoro Regional de Rosario
30.000.000, 23 de diciembre de 1992
Hacia fines de 1992, el Banco Central aún estaba en el proceso de reemplazar los viejos billetes en australes por los flamantes pesos. Así, se recuperaban los de 500.000 australes â??que aún estaban vigentesâ??, se los quemaba y cambiaba por los de 50 pesos. Un trámite burocrático, para la mayoría. Una oportunidad, para unos pocos.
El 22 de diciembre de ese año, el jefe del Tesoro de Rosario, Norberto Schiavetti, recibió el llamado de un funcionario del Central que le adelantaba que al día siguiente irían a verlo tres inspectores para retirar 30.000.000 de pesos en billetes de 500.000 australes. El funcionario obedeció la orden: al otro día estuvo puntual en el aeropuerto de Fisherton con un camión blindado y el dinero.
«Debido a la falta de billetes de $50 el Directorio del BCRA ha resuelto por una situación de emergencia el reciclaje de (billetes de) 500.000 australes para una zona del país», decía la nota que le mostraron, apenas arribados, los tres inspectores. Schiavetti les entregó el dinero y mandó a un empleado de confianza para acompañar el envío.
Los inspectores se deshicieron del empleado con engaños en cuanto llegaron a Buenos Aires. Y desaparecieron con la plata. Horas más tarde, Schiavetti llamó al Central para ver si habían recibido el dinero. Entonces se enteró de que todo, desde el primer llamado, había sido falso. Los estafadores hasta habían desviado líneas telefónicas para asegurar el engaño.
La banda quedó al descubierto al mes, cuando un integrante le contó todo a un pai umbanda. Cinco personas fueron condenadas a entre tres y cuatro años de cárcel en 2002. Pero el grueso del dinero nunca apareció. Y el líder de la organización, Héctor «Tito» Rima, esquivó la cárcel pagando una fianza… con avales falsos.
Robo al Museo de Bellas Artes
25.000.000, 25 de diciembre de 1980
Aprovecharon la fecha, el lugar y la imprevisión. En plena Navidad de 1980, mientras la mayoría de los argentinos descansaba y brindaba en familia, un grupo de hombres trabajaba con paciencia de hormiga.
Aquella noche, en el Museo de Bellas Artes no había más seguridad que en un jardín de infantes. Ni un guardia, ni una alarma: nada. Los ladrones se metieron en el lugar forzando puertas con sopletes. Con todo el tiempo a disposición, violentaron cajas fuertes y se dedicaron a elegir las mejores piezas de planta baja y del primer piso del edificio. Salieron por los techos y se fueron en una camioneta con una fortuna en arte.
Se llevaron lo mejor de lo mejor: dieciséis cuadros y siete objetos artesanales. Eran tres óleos de Auguste Renoir, dos acuarelas de Rodin, un óleo de Charles Lebourg, un dibujo de Paul Gauguin, dos acuarelas de Paul Cézanne y obras de Edouard Degas y Henri Matisse, entre otras. Fue el mayor robo de arte registrado en el país.
Recién en 2001 se tuvo la primera noticia del destino del botín, una vez transcurridos los 20 años que marca la ley para la prescripción del robo. Una agencia internacional contactó a las autoridades argentinas, mostró fotos de las pinturas y pidió una suma para recuperarlas. Se abrió una polémica que recién se aplacó en julio pasado, cuando Interpol recuperó en París una acuarela de Cézanne, un óleo de Renoir y un dibujo de Gauguin. Los ladrones nunca aparecieron.
Los boqueteros del Banco de Crédito
20.000.000, 4 de enero de 1997
El primer llamado de atención lo hizo un portero, que escuchó ruidos muy fuertes en un sótano. La Policía no le llevó el apunte. El segundo llamado fue de la propia alarma del banco. La Policía tampoco le hizo caso. Cuando se produjo el tercer llamado, ya era tarde: una banda de boqueteros había robado 20 millones del Banco de Crédito Argentino, sucursal Recoleta.
Fue en la noche del sábado 4 al domingo 5 de enero, cual regalo de Reyes Magos, en la sucursal ubicada en Callao y Las Heras. Durante tres meses los boqueteros cavaron un túnel de 40 metros de largo y seis de profundidad, desde un local vecino. Sin inconvenientes, abrieron 270 cajas para llevarse joyas y efectivo. Meses después se detuvo a cuatro hombres y se recuperaron sólo 360.000 pesos.
Las cajas de seguridad del Banco Mercantil
20.000.000, 12 de octubre de 1992
Entraron con la llave en la mano, como si estuvieran en su casa. Un empleado infiel les había pasado una copia para que pudieran entrar a la sucursal Palermo del Banco Mercantil. Desde allí, con la comodidad del fin de semana largo que proveía el lunes 12 de octubre, hicieron un boquete para llegar a la bóveda de las cajas de seguridad.
Abrieron 200 cajas y recaudaron 20.000.000. Nunca los detuvieron. El caso marcó un hito en la jurisprudencia: la demanda de dos hermanos, que tenían 100.000 dólares en el banco, llevó a la Justicia argentina a considerar responsable de lo robado al banco. Nunca se supo quiénes cometieron el robo, lo mismo que pasó con los boqueteros del Banco Federal (Lomas del Mirador, junio de 1993) y del Banco Tornquist de Berazategui (octubre de 1993).
El «robo del siglo»
18.200.000, 20 de diciembre de 1996
«Buenas, vengo a retirar la planilla de los adicionales», se presentó el hombre, vestido de policía. Un empleado dudó, otro lo tranquilizó, y la puerta de la transportadora de caudales Firme se abrió. Detrás del falso oficial, entraron cinco ladrones al edificio de Brasil 3151.
La banda golpeó y amordazó a un empleado. Luego tomó como rehén a otro y llegó a la bóveda, donde se estaba ensobrando el dinero de los sueldos de la Municipalidad de Lomas. Se llevaron 18.183.766 pesos, más un arsenal que había en el lugar, sin disparar.
En los días siguientes, la Policía detuvo a casi 20 personas, entre ellas a un pai umbanda. Pero gran parte del expediente fue anulado porque se torturó a los sospechosos. Hubo cinco condenados (ninguno cabecilla). El juez del caso y dos comisarios quedaron en la mira por las torturas.
La audacia del tesorero Mario Fendrich
3.200.000, 23 de setiembre de 1994
Fueron cuatro años, nueve meses y 20 días el tiempo que estuvo preso Mario César Fendrich, subtesorero del Banco Nación de Santa Fe. La Justicia comprobó que se llevó 3.187.000 pesos de la sucursal donde trabajaba, pero la plata no se recuperó jamás.
El viernes 23 de setiembre de 1994, Fendrich sacó la plata de la bóveda. Y la programó para que recién se abriera el día 27: tiempo suficiente para escapar sin que nadie advirtiera lo que había pasado. Lo único que dejó en el lugar fue una nota detallando la cantidad exacta que se había llevado.
El subtesorero logró permanecer prófugo unos meses. Se entregó el 9 de enero de 1995 y ensayó una coartada: dijo que una banda lo había mantenido como rehén, que lo habían obligado a sacar la plata. Nadie le creyó y menos los jueces, que lo condenaron en 1999 por «peculado» a la pena de ocho años de prisión. Pero el subtesorero conservó una conducta ejemplar en la cárcel y logró la libertad.
Fendrich hoy vive muy tranquilo en Santa Fe con su mujer y su hijo menor. Maneja una fábrica de yeso para cielorrasos y dicen que está escribiendo su autobiografía. Eso sí: nunca volvió a la cancha a ver a su equipo, Colón, tal vez para evitar las preguntas de la gente.
El «rey de los boqueteros»
2.000.000, 7 de agosto de 1976
La Policía le puso el apodo que lo acompañó toda la vida: «El rey de los boqueteros». Claudio Rubén Silva Silva, uruguayo él, se ganó el mote por lo que se considera el primer gran golpe con la modalidad de «boquete».
El hermano de Silva Silva fue el medio ideal para aquel robo: trabajaba en la sucursal Plaza San Martín del Banco Galicia. El «rey de los boqueteros», de 25 años, fue a visitarlo varias veces hasta que bosquejó el plan. Así, el fin de semana del 7 de agosto entró al banco con tres cómplices, rompió una pared, abrió 95 cajas, comió unos sánguches y se fue en subte a su casa. Eso sí: llevaba una bolsa llena de plata.
Engaño en medio de la city porteña
1.900.000, 27 de mayo de 1999
Vestidos como operarios, los cuatro hombres entraron por la puerta principal de la sucursal que la Banca Nazionale del Lavoro tiene en la city porteña y preguntaron por el jefe de mantenimiento. «Venimos a arreglar la calefacción», se presentaron. Quince minutos más tarde salieron por la misma puerta, con toda tranquilidad, y se fueron por Florida con 1.900.000 pesos.
Fue a las 10.30 de la mañana del 27 de mayo de 1999. En cuanto llegaron al subsuelo, los «operarios» mostraron sus armas, dominaron a seis empleados, dos guardias y un policía, y lograron que les abrieran la caja principal. Juntado el dinero, recogieron los videos de las cámaras de seguridad, dejaron una granada falsa en el lugar â??para evitar que los siguieranâ?? y se fueron a pie. No se supo más de ellos.
Golpe a dos cuadras de la Jefatura de Policía
1.500.000, 15 de febrero de 1999
Participaron unos ocho hombres, con un delicado plan sin fisuras. Con una camioneta y un auto, cerca del centro de Córdoba Capital los ladrones secuestraron a un empleado clave de la transportadora de caudales Brinks. Amenazado, diciéndole que iban a secuestrar a su familia, lo llevaron entrada la noche hasta la sede de la empresa, ubicada a sólo dos cuadras de la Jefatura de la Policía cordobesa.
La banda entró al edificio, en Colón 1526, con un simple juego de ganzúas. Extrañamente, no había custodios en el lugar. Llevaron al empleado hasta la bóveda donde se deposita el dinero antes de ser trasladado y le exigieron que hiciera su aporte: la clave secreta de seguridad para abrirla y los códigos para desactivar la alarma.
En minutos, entraron a la bóveda, recogieron 1.500.000 pesos y salieron. Cargaron todo el dinero en una camioneta y arrancaron. Al empleado lo liberaron, sano y salvo, cerca del estadio Chateau Carreras. Para cuando hizo la denuncia, ya no había rastros de ellos.
Robo en el Congreso de la Nación
1.150.000, 10 de febrero de 2000
Fue un robo con escándalo. El 10 de febrero de 2000, a las 10.50 de la mañana, una banda de ladrones trajeados y armados entró a la planta baja del Palacio del Congreso, copó la Tesorería, ató a varios diputados que estaban allí para cobrar sus sueldos y se fue con 1.147.584 pesos.
Los asaltantes entraron y salieron sin que nadie lo notara: los detectores de metales no funcionaban y ningún policía se dio cuenta de lo que pasaba. Pero las fallas en la seguridad no fueron lo único que quedó en evidencia: al investigar el caso, la Justicia descubrió un manejo irregular de los fondos destinados a sueldos, una «cooperativa» ilegal. Sólo dos hombres quedaron presos por el robo. Uno es un empleado de limpieza del Palacio.
Fuente:Clarin