Vivió una noche excepcional, en especial en el primer tiempo, con un golazo incluido. Y se dio el gusto de ser estrella entre muchas estrellas.
Jugó, sencillamente, a lo Maradona. Hizo un gol maradoneano con su pierna menos «hábil». Recibió un tributo de esos que no se olvidan fácilmente, una cerradísima ovación, como solamente alguna vez ovacionaron a Diego…
Este era su partido. El partido que más quería jugar Juan Román Riquelme. Lo pensó. Lo soñó. Y le salió todo redondito. Ya desde las palabras, raro en él, había dejado en claro que no se trataba de un clásico más. «Brasil juega bien, pero Argentina es el mejor del mundo», dijo, sabiendo que debía, sí o sí, demostrarlo anoche en el Monumental.
Y así fue como salió a jugar. Enchufado e inspirado. Una imagen: antes de empezar se lo vio mirando de reojo a Ronaldinho mientras se frotaba las manos… Ya con la pisada inaugural mostró que sus señas particulares están intactas o, mejor dicho, están más vigentes que nunca. Fue el conductor, el generador permanente de juego. Se movió como un limpiaparabrisas en todo el frente de ataque, de acá para allá, sin vértigo pero con ritmo sostenido, con su ritmo. Hacia la derecha encontró un socio de lujo, Luis González. Hacia la izquierda se las arregló solito. Porque el Kily González y Heinze estuvieron muy contenidos.
Difícilmente alguna secuencia fotográfica no lo tenga a Romy y juntito a él a Emerson. El volante brasileño lo siguió por todos lados. Pero jamás lo pudo «capturar». Jamás. Lo pasó a la carrera, poniéndole el cuerpo y tocando de primera. Siempre, pero siempre con la cabeza arriba, con esa vista panorámica y con esos pases, que más que pases son estiletazos de muerte. Habilitó, primero, magistralmente a Saviola por la derecha. Remató alto el Conejito. Después, por la izquierda, se la dejó en bandeja al Kily. Otra ocasión desperdiciada.
Estuvo «implicado» en los tres goles. En el primero, a los 3 minutos, uno antes de una doble pisada ante Emerson, la mató con la zurda, levantó la cabeza y aca rició la pelota para Lucho. El de River le dijo «tomá y hacelo» a Crespo. Y Hernán lo hizo. En el segundo, después de aguantar la marca y eludir a Roque Junior colgó un hermoso zurdazo de en el ángulo de un Dida. Delicioso gol y festejo cariñoso con su amigo Pablo Aimar (lo fue a buscar al banco). Y en el tercero, rápido de reflejos, sacó un córner para Saviola: centro y gol de Crespo, de palomita.
Quizá reguló. Quizá se fundió. En la segunda etapa, evidentemente, no fue el mismo. Se perdió un poquito, como se perdió todo el equipo argentino. Igual, con el baile que desató en el primer tiempo alcanzó y sobró. Ganó el duelo entre los muchos duelos que venían enfrascado en el superclásico mundial. Riquelme fue el más destacado. Por eso se entienden los múltiples elogios y esos aplausos en cadena.
http://www.clarin.com/diario/2005/06/09/um/m-992298.htm