Carlos Gardel: el arte es más fuerte que el mito

A setenta años de su muerte, se ve con toda claridad cómo su figura es esencial en la construcción de la cultura argentina.

El 24 de junio de 1935 el avión de la SACO piloteado por Ernesto Samper Mendoza carreteó por la pista del aeropuerto de la ciudad de Medellín y luego de intentar infructuosamente elevarse se estrelló contra el avión de la SCADTA que esperaba tomar pista. En el primer avión viajaban Carlos Gardel, Alfredo Le Pera, los guitarristas del cantor y colaboradores. Sólo sobrevivirían el guitarrista Aguilar, el profesor de inglés del artista, José Plaja, y un miembro de la tripulación.

La gira, iniciada en marzo y que abarcaba parte del Caribe y Latinoamérica, había tenido caracteres apoteósicos, nunca registrados antes en la historia del espectáculo. Multitudes enfervorizadas salieron a las calles, abarrotaron los teatros donde se presentó Gardel y obligaron a prolongar una gira inicialmente más modesta. Ya conocido por su discografía, la gran explosión de popularidad de Carlos Gardel se produjo a partir de las películas filmadas en Francia y Nueva York. Este fenómeno, que en los países donde se exhibían sus películas provocaba que por presión del público se proyectaran de nuevo aquellas escenas donde interpretaba sus canciones, será similar a la aparición de los músicos de rock dos décadas después.

Con Maurice Chevalier y Bing Crosby, el artista integraba la trilogía de artistas de mayor trascendencia en el género de las películas cantadas. Charles Chaplin, que fue su amigo, señaló que en la medida que hubiera continuado perfeccionando su inglés, Gardel se habría convertido en el referente máximo.

La tragedia cortó ambiciosos planes artísticos en gestación: películas en inglés con la Paramount, instalar una compañía cinematográfica en Argentina. Pero además de dejar planteado el interrogante de hasta dónde habría llegado, su desaparición dejó cabos sueltos, alrededor de los cuales comenzaron a gestarse diversas leyendas: sobre su lugar de nacimiento, sus amores, las circunstancias de su muerte. Todas se agigantaron a través de la transmisión oral y escrita.

Y es en este punto donde la «mitología gardeliana» comienza a construirse. Sucede con todos los hombres y mujeres que han dejado una huella trascendental a lo largo de la historia: su personaje carga con un acervo mitológico, con una dimensión «extra» con respecto a sus contemporáneos, una suerte de vacío dispuesto a ser depositario de los valores simbólicos que la sociedad necesita cubrir. Pero además de estas similitudes, Gardel está fuertemente enraizado en el inconsciente popular desde su fragilidad, la cual lo revela humano y cercano. En la Argentina resulta obligatorio que el héroe tenga un origen humilde, que logre ascender socialmente en virtud de su coraje o talento, y que termine mal (si muere sufriendo o en forma violenta, mejor). Carlos Gardel es, pues, un héroe de nuestro tiempo.

Pero la construcción de esta mitología en torno al cantor no produjo el crecimiento espiritual que la sociedad que la creó anhelaba. Todo lo contrario, la figura de Gardel comenzó a cristalizarse y a empobrecerse, transformándose en un objeto de culto inalcanzable: era el de la eterna sonrisa, el que cada día cantaba mejor, el amor de todas las novias, nuestro Carlitos; pero al mismo tiempo, era alguien que no tenía pasado, que no había trabajado para llegar hasta donde llegó, que no pertenecía a este mundo, que no merecía un análisis más profundo.

Se fueron así dejando de lado aspectos esenciales de su vida y su profesión, que resultan tanto o más enriquecedores que los ya conocidos: su amor por la canzoneta, la ópera y la zarzuela â??que lo llevó a recorrer como utilero y comparsa los teatros de Buenos Aires, tomando de los cantores recursos que luego aplicaría a su arteâ??; su implacable búsqueda de perfección musical, como intérprete de la música criolla primero, y como creador de la forma contemporánea de cantar el tango después.

Conocedor de la veloz transformación de los medios de comunicación, el artista estaría también a la vanguardia de dichos medios. No sólo grabó cerca de mil canciones, sino que además incursionó en distintos países por radio, para luego volcarse al cine. Consciente por experiencia de la pobreza de la cinematografía nacional, buscó insertarse en el cine mundial, objetivo que consiguió a través de la empresa norteamericana Paramount. Cuando ya era una figura indiscutida en Francia, se instaló en Nueva York para conquistar nuevos mercados y proyectarse desde el país que dominaba la industria. Y cuando la crisis mundial de esos años dificultó estos emprendimientos, fue capaz de conseguir capitales para cofinanciar nuevas películas.

En estos procesos Gardel fue construyendo su carrera como cantor y compositor, pero también fue modelando con ejercicios y caminatas su físico, al que acompañó con una atildada vestimenta que le permitió integrarse en la alta sociedad internacional. Paradójicamente, el artista terminó absorbiendo a su constructor, Charles Romuald Gardes, este porteño nacido en Francia, que desde pequeño se incorporó a la fusión de nacionalidades tan vigorosamente expre sada por Buenos Aires. Gardel es así un producto clásico de su época.

Como vemos, su carrera artística no se debió a la casualidad. Gardel aunó condiciones naturales, inteligencia y, sobre todo, trabajo. Este último aspecto es quizás el más relevante en relación a la identidad nacional. Su rol fue decisivo en la construcción de la cultura argentina. El mito confluyó con una incomprensión profunda de muchos intelectuales sobre la importancia del tango y de su intérprete máximo como expresión de la nueva cultura popular surgida desde la inmigración, y ambos procesos se encaminaron en la dirección de disminuir su relevancia. Pero su arte, redescubierto permanentemente, derrota en forma mucho más contundente a su desaparición física que cualquier mito que podamos construir sobre su vida.

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