Fanáticos organizados y buenas intenciones: cómo se ve el «Vértigo Tour» a 2 metros de distancia del lugar donde bono repasa lo más clásico de su repertorio y predica por los pobres entre sus seguidores de la primera hora.
Si sos uno de los elegidos, estás tan cerca que te podés mojar con la transpiración de Dios. Bono salpica agua santa y, como ordena que al «Golden Circle» sólo accedan los fans más fieles, ésos son los que están acá: los fieles. Pertenecer tiene sus privilegios y en este corralito para 4.000, aplica la cita del filósofo: «Acá se encuentran las tres grandes fases de todo acto religioso: la expectativa, la sugestión y la iniciación».
Expectativa. «Con ésa no pasás, necesitás la calcamanía», informa un miembro de «Control» y define lo que marca el ingreso: un sello colorado que le aplican en el cuello a los primeros de la cola y los disfraza como loteados para el matadero o dueños del trofeo nocturno: un chupón. Pero esta pulserita verde sí habilita el acceso, y te permite tocar al falso Bono de colita y sobrepeso que prueba luces y se rinde a la ilusión del popstar eventual: actúa con el micrófono como en el baño. Espíritu de camping amable: hay dos que se trajeron sillitas plegables y se sientan como atrás de la reja de Aeroparque hasta que les pegan con un tsunami de vasitos de cartón: por ostentosos. El brasileño Paulo (23) exhibe un moretón precoz en la rodilla, se sofoca («estaba en el campo pero como me ahogaba me dejaron pasar») y recibe la asistencia de un fan atento que tiene una remera de leyenda progre («Open Mind»), al lado de otro, también de la pastoral textil: «Sex, no drugs in rock & roll».
Sugestión. «Más ves, menos sabés», será lo primero que diga Bono al entonar City of Blinding Lights. A las 22.08, empezás a toser por el humo blanco, tan blanco como el de la coronación de un Papa bueno. Lagrimeás y ahí nomás, a tres metros aparece Bono, brazos en cruz y consagrado con una campera argentina, aunque después use los colores patrios de forro (de la campera). Adam Clayton chasquea una mueca de viejito piola, Larry Mullen sacude los timbales provocando algunas inquietudes eróticas en la platea y Bono canta tan cerca que te hace perder la escala (» ¡Gracias, Dios!», le grita uno). Como turistas japoneses que arruinan el paisaje, los fans no lo miran: le dan la espalda y se sacan fotos, creando una ilusión de Photoshop analógico e improvisado: «Bono me canta al oído».
Si el escenario-tractor de los Stones llevó a Jagger ahí donde hubiera un fan suyo, la pasarela también acerca: está tan al alcance que por la cabeza del perverso se cruza la fantasía del magnicidio leve, sólo estirándose un poco, metiéndole la pata cuando Bono camina a ciegas después de Sunday, Bloody Sunday, en brutal ninguneo al lema con el que se tapa los ojos: «CoeXis+a».
Iniciación. » ¡No lo puedo creeer, eligió la nuestraaa!», chilla Lucila (17), miembro del fan’s club promotor de la iniciativa: saturar de cartelitos que digan «We Missed You» («los extrañamos»). Bono hace un avión con el papel y lo tira para acá: tumulto por el souvenir en formato A4. Como un profesor Locovich vestido de Armani, se mete en la campaña 2007: «Los argentinos pasaron momentos difíciles pero los superaron con la Nueva Argentina». » ¡Viva Argentina!», grita un nacionalista con remera de San Patricio, aunque un tragamonedas electrónico empañe al azar esta ilusión de New Deal: la foto de Kirchner cae, ay, junto a la de Bush y los dos se ganan el silbido.
Pero vas a misa o vas a mi salamín: a esta altura, ¿quién piensa en política? Si recién nomás sonaba (Pride) In the Name of Love y todos los brazos arriba exigían » ¡Love! ¡Love! ¡Love!», tan alto y tan fuerte que hasta el escéptico, irremediablemente converso, también se estiró para alcanzar la imposición de manos.